En las últimas semanas, el conflicto entre Israel y el grupo chií libanés Hezbolá ha alcanzado niveles críticos, con bombardeos y ataques que podrían llevar a una guerra a gran escala en Medio Oriente. Las tensiones han crecido tras una serie de ataques aéreos israelíes sobre Líbano, que dejaron casi 500 muertos y más de 1.600 heridos, según el Ministerio de Salud libanés. Estos bombardeos se concentraron principalmente en bastiones de Hezbolá en el sur del país, así como en la región de Bekaa, que previamente había sido menos afectada por el conflicto.
En respuesta, Hezbolá ha lanzado múltiples ataques con cohetes hacia el norte de Israel, aunque la mayoría de ellos han sido interceptados por el sistema de defensa antiaéreo israelí. Esta oleada de violencia surge en medio de tensiones previas, como la muerte de Ibrahim Aqil, un alto comandante de Hezbolá, en un ataque israelí reciente sobre Beirut. Aqil, que era parte del Consejo Yihadista de Hezbolá, fue un objetivo clave debido a su papel en ataques contra Israel y Estados Unidos desde la década de 1980.
La escalada preocupa a la comunidad internacional, y varios actores, como la ONU, han instado a ambas partes a buscar soluciones diplomáticas. Sin embargo, la situación sigue siendo volátil, con Israel evaluando una posible incursión terrestre en el sur de Líbano para crear una «zona de amortiguación», mientras que algunos líderes israelíes se oponen a una expansión militar inmediata debido al temor de un conflicto más amplio.
La posibilidad de que este enfrentamiento implique a más países, incluidos Estados Unidos e Irán, ha elevado las alarmas, especialmente después de que el Pentágono expresó su preocupación por una guerra más amplia en la región.